La obra de Manuel Rivera (Granada, 1927 – Madrid, 1995) es fundamental en el desarrollo del arte español de los años cincuenta. Fue uno de los primeros pintores que, prácticamente desde el inicio de la década, llegó a ser plenamente abstracto, sintonizando con el desarrollo internacional de las nuevas corrientes del arte contemporáneo. Su trabajo se convirtió pronto en una reflexión sobre la materia, y dentro de ella en una indagación en torno a las posibilidades del relieve, algo ya apreciable en sus obras sobre lienzo de 1955 y 1956, en las que incorporó tierras y pigmentos en crudo. A ello siguió en 1957 el descubrimiento de las posibilidades compositivas de las mallas metálicas, en un momento en que los protagonistas del llamado “arte otro” o informal experimentaban con materiales considerados humildes y alejados del medio artístico: el uso de texturas, grafismos, formas accidentales o materiales rudos fue paradigmático. También por entonces había surgido en París el art brut y la llamada “estética en devenir”, que reflexionaba sobre la relación del arte con lo inconsciente, como ocurría en el expresionismo abstracto, magnetizado por la idea del arte como medio de expresión de lo interior, de las pulsiones o el alma del pintor. La obra de estos artistas reveló la fuerza expresiva e incluso la belleza plástica de elementos como las arenas, las arpilleras, los hierros, las maderas y todo tipo de papeles; y la emoción que cabía destilar de las texturas y el assemblage de mallas metálicas apenas tocadas por pigmentos. Pero además Rivera estaba muy interesado en explorar un mundo de clara vocación tridimensional, en integrar en la imagen la percepción de las sombras que proyectaban las mallas, que parecían componer una sutil obra inmaterial o evanescente en la pared que acogía los cuadros, de lo que se derivaban sugerentes posibilidades.

Son numerosas las exposiciones que, retrospectivamente, han abordado la obra de Rivera, algunas promovidas por instituciones granadinas. La reciente edición de su catálogo razonado (Diputación de Granada y Fundación Azcona, 2009), facilita un acercamiento nuevo a la obra del artista. Además de una mejor comprensión de su quehacer, permite observar datos que hasta la fecha habían sido escasamente atendidos. La exposición De Granada a Nueva York, 1946-1960, comisariada por Alfonso de la Torre, presenta algunos de ellos, referidos a unos años capitales para conocer la evolución del artista.

Partiendo de la tradición local de finales de los años cuarenta, Rivera continuó formándose y participando en exposiciones en su Granada natal hasta que en 1954 se trasladó a Madrid, junto a su esposa Mary. Allí tomó parte en acontecimientos fundamentales para el arte de la época, como la fundación del grupo El Paso. Y apenas una década después de acabar sus estudios, Rivera mostraba sus mallas metálicas en Norteamérica, en museos como el MoMA y Guggenheim de Nueva York, donde expuso en 1960 y entró en contacto con agentes fundamentales para el desarrollo y difusión del expresionismo abstracto: Alfred H. Barr, Daniel Cordier, James Johnson Sweeney, Frank O’Hara o Pierre Matisse.

De Granada a Nueva York, 1946-1960 narra, por medio de cinco capítulos (compuestos con pinturas referidas a los acontecimientos citados y documentos personales, muchos inéditos), cómo se produjo el encuentro del artista con el complejo mundo del arte español e internacional de la época.

La exposición se compone de un total de 34 obras procedentes tanto de instituciones (MNCARS, IVAM, Museo Luis González Robles, Madrid Espacios y Congresos) como de Galerías y Colecciones particulares. La muestra se completa con un apartado documental con publicaciones y programas de mano del período de la exposición.