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Colegio de los Escolapios a principios del siglo XX.

La Graduada y los Escolapios (1914-1928)

La infancia de José Guerrero fue la de un niño pobre pero feliz. Sujeta a las precariedades que la realidad de principios de siglo les deparaba a los de condición humilde, conoció en pocos años varios domicilios (Horno de Haza, 1; calle Molinos esquina a Vistillas; Chite, pueblo del que era natural su madre, mientras duró la emigración del padre a Cuba; Horno de Abad, 13), y hasta tres centros educativos: la Escuela Graduada de la calle Gran Capitán (1920), el colegio protestante de la calle Tendilla (al que acudió durante una breve temporada en 1923), y, finalmente, desde el mismo 1923, los Escolapios, donde prosiguió sus estudios hasta 1928.

Muerte de sus padres (1929)

El 9 de enero de 1929 murió don Emilio García López, su padre (nacido en Loja, y chófer de profesión). Y la delicada situación en que quedó la familia obligó a José, que contaba catorce años, a interrumpir los estudios para iniciar su peregrinaje laboral.

Doña Gracia Guerrero Padial, su madre, moriría muchos años después, también en Granada: el 12 de enero de 1976.

Emilio García López, padre de José Guerrero.

Niños jugando en la plaza de los Lobos, Granada, años veinte.

Aprendiz de carpintero (1930)

Para cumplir con sus obligaciones familiares, se puso a trabajar. Y la primera empresa en la que el joven José se empleó fue una carpintería sita en la misma calle Horno de Abad donde vivía. Como quiera que era hábil ejerciendo labores manuales, de allí pasó, poco después, a los Talleres de Juan Martínez Herrera, donde desempeñó funciones de aprendiz de tallista, y donde encontró un entorno receptivo a sus facultades e incluso estimulante. Algunos años más tarde, ya en 1934, José trabajaría en dos nuevos destinos: un taller de Electromecánica y la fábrica de chocolates San Antonio.

Artes y Oficios (1931)

El 8 de enero de 1931 murió su hermano mayor, Emilio. Y ese mismo año, su jefe Juan Martínez Herrera, en vista de sus aptitudes, le aconsejó que aprendiera dibujo. Siguiendo este consejo, José ingresó en la Escuela de Artes y Oficios como alumno nocturno. Allí se le despertó en firme la vocación artística, a lo que contribuyeron especialmente las clases de Historia del Arte (impartidas por Ricardo Agrasot), así como la amistad con Bernardo Olmedo, alumno también de la Escuela. Durante su primera juventud, entre los diecisiete y los veinte años, alternó el trabajo en el taller con las clases, además de iniciarse por su cuenta en la pintura. La Escuela de Artes y Oficios la abandonó, tras un conocido enfrentamiento con el profesor Gabriel Morcillo, en 1934.

Clase de dibujo de Gabriel Morcillo, hacia finales de los años veinte.

Campanario de la catedral de Granada, 1931.

Pintor y campanero (1932-1934)

Su compañero en el taller Santiago Martín López era hijo de los campaneros de la Catedral de Granada. Y sabía que en la torre de esta, tres siglos atrás, se había dispuesto un estudio, en el que trabajó el mismo Alonso Cano. De modo que intercedió para que se lo prestaran a José, que a cambio de su usufructo solo tenía que tañer las campanas cuando, estando allí, se lo indicaran. Eso le permitió entregarse durante todo el tiempo que podía arrebatar al trabajo del taller al aprendizaje de la pintura.

Guerra Civil (1935)

1935 fue uno de tantos años ambivalentes para José, pues si comenzó con la radiante apertura de horizontes que supuso su progresiva integración en lo más vivo de la cultura granadina del momento, se clausuró con su marcha obligada por la instrucción militar. Destinado a Ceuta, allí le sorprendió la rebelión de 1936. José hizo la guerra recorriendo diversos frentes de batalla para dibujar panorámicas, o sea, espacios abiertos. Es algo en lo que después insistiría al evocar su experiencia de la guerra civil, que quedó asociada para él a la errancia y a los efectos contradictorios derivados de sus obligaciones militares; esto es, al paisaje y su experiencia sinestésica, a la que hay que ligar el saber que tenía del Horror latente (y que cifraba, ocasionalmente, en el recuerdo de los «gritos en la noche»).

Guerrero durante el servicio militar a mediados de los años treinta.

Madrid en su inicio (1939-1944)

En 1939, tras licenciarse en Mataró, José regresó a Granada, pero enseguida decidió ir a Madrid para retomar sus estudios artísticos. Se preparó en varios oficios para garantizarse el sustento, pero lo que le lanzó definitivamente a la capital fue la venta, en 1940, de una serie de cuadros a la duquesa de Lesera. Así pues, marchó a Madrid, donde comenzó instalándose en la casa de su tía en la calle Zurita, 4, e ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. De allí le interesaron principalmente las clases de Vázquez Díaz y Lafuente Ferrari (otra vez la Historia del Arte). Académicamente merecen reseñarse los cinco premios cosechados y la matrícula de honor, siempre en las materias de Dibujo y Colorido y Composición. En lo personal, destaca la amistad que cultivó con Carlos Pascual de Lara, Miguel Pérez Aguilera, Antonio Lago y Antonio Lorenzo. Y el modo que encontró para ganarse la vida fue realizar cartelones para un cine de la Gran Vía. Los veranos los pasaba pintando en Granada.

Carlos de Lara, Antonio Lago y Bernardo Olmedo en el estudio de Lara, Madrid, a mediados de los años cuarenta.

En 1942, y hasta 1946, trasladó su residencia a la Casa Velázquez de la Francia libre (entonces en la calle Serrano) gracias a su director, el hispanista Maurice Legendre, quien resultó, amén de amigo, un gran protector suyo. Por medio de él conoció José, entre otras figuras, a Juana Mordó. Y entre las gestiones que Legendre llevó a cabo en su favor es de destacar la entusiasta presentación que hizo del joven ante Gallego Burín en julio de 1944. La Casa Velázquez puso a disposición del pintor un estudio en la calle Padre Damián, que Guerrero decidió compartir con Antonio Lago; tenía además un segundo estudio para pintar sus cuadros más grandes, en la calle Fernanflor, 6. Durante estos años José pasó del cartelismo a impartir clases de dibujo, primero en el colegio Santiago Apóstol y luego en el Liceo Francés. Disfrutó de la Pensión Paular para estudiar paisaje. Y Hans Bloch, un pintor expresionista a quien había conocido en Granada en 1935, le presentó a Karl Buchholz, que pronto sería uno de sus primeros galeristas. (También de esta época data una beca concedida en su favor por la Diputación de Granada, en respuesta a la petición del catedrático Eduardo Chicharro de Madrid).

París (1945)

En 1945, terminados los estudios de Bellas Artes, José Guerrero marchó a París gracias a la beca que le concedió el Gobierno francés para estudiar pintura al fresco en la École des Beaux Arts. Residió en el pabellón español de la Cité Universitaire, donde coincidió, entre otros, con su amigo Antonio Lago. Conoció allí la obra de los pintores españoles de la Escuela de París y los vanguardistas franceses, entre los que le impresionó especialmente Matisse.

El descubrimiento del arte contemporáneo le había producido un hondo impacto. Tuvo la certeza de que, en lo sucesivo, habría de deberse a él, y de que no podría hacer efectiva en España la vocación que había sentido. Eso le empujó, por un período que se alargó hasta tres años, a una búsqueda en todos los aspectos (personal, profesional y estético) que lo llevó a viajar intensamente a través de Europa, y todo en un momento en el que en el arte más avanzado los pocos maestros que aún se perfilaban resultaban poco accesibles, en una verdadera encrucijada histórica.

Folleto de la exposición de Lago y Guerrero en la Galería Clément Altarriba de París, 1946.

Guerrero en la Academia de España en Roma, 1947.

Academia de Roma (1947)

El lugar que ocupa Roma dentro de ese intenso período de búsqueda que protagonizó Guerrero a finales de los años cuarenta es capital. Allí, entre 1947 y 1948, residió (aunque no oficialmente) en la Academia de España; allí pintó una serie de vistas que después expuso con éxito en la Galería del Secolo; allí conoció, además de a algunos de los pintores italianos del momento, a Roxane Whittier Pollock, periodista norteamericana que trabajaba en París y pasaba una temporada en la Academia norteamericana de Roma; y allí supo por primera vez de toda la crudeza de su angustia: rememorando aquellas fechas, y a renglón seguido de la felicidad evocada en la persona de Roxane, José dijo a Pancho Ortuño:

«Los primeros síntomas de fobia que yo tuve fueron en Roma […] me entró una angustia…, que me moría…, no podía respirar, me puse blanco […] llegué a la Academia en unas condiciones y…, a mí me pasa algo muy grave…, y me tuve que ir de Roma en unas condiciones terribles».

Matrimonio y estancia en Londres (1949)

Después de pasar el verano entre Huy (Bélgica) y Bruselas, en el otoño de 1948 trasladó su residencia de nuevo a París, donde volvió a alojarse en el Colegio de España, que en esta ocasión compartió, entre otros, con Palazuelo, Chillida, Abel Martín y Sempere. Pintó entonces una serie de cuadros, luego destruidos, sobre el tema del metro; otros «lorquianos» (según apunta Juan Manuel Bonet), y las primeras tentativas propiamente semiabstractas (como Hilandera).

El 25 de abril de 1949 se casó con Roxane; los recién casados hicieron un viaje de novios por España en el que la madre de José conocería a su nuera. Ya en otoño, el nuevo matrimonio se trasladó a Londres. Su breve estancia en Londres obedecía sobre todo a razones de orden práctico; se trataba de que él se iniciara en el aprendizaje de la lengua materna de ella. Pero además, José siguió pintando, e incluso llegó a exponer sus trabajos, en una muestra conjunta con Hortense Kelly, en la St. George’s Gallery.

Roxanne y Guerrero el día de su boda en París, 1949.

Guerrero trabajando en una pintura mural, Nueva York, 1950.

Llegada a Nueva York (1950)

En noviembre de 1949, al poco de clausurar la exposición londinense de José, el matrimonio Guerrero dio el salto definitivo y se marchó a los Estados Unidos. Primero a Filadelfia, para vivir en casa de los padres de Roxane, y por fin, ya en 1950, a Nueva York, donde encontraron acomodo en Morton St. (Greenwich Village).

Como para dar por concluidos sus azarosos años de formación, José Guerrero, que ya tenía treinta y seis años, realizó el que iba a ser el último de sus cuadros figurativos, un autorretrato. Y a continuación se resolvió a pintar las primeras obras rigurosamente abstractas, mientras profundizaba en la experimentación con nuevos materiales aplicados a la pintura mural. Instaló un estudio en Spring St. (Soho) y en verano alquilaron una casa en la isla de Martha’s Vineyard (Massachusetts), adonde irían los meses estivales de los años siguientes. Roxane, por su parte, entró a trabajar en el departamento de Arte de Life Magazine. En 1951 se trasladaron a West Fourth St., y en 1953 José Guerrero adquirió la nacionalidad norteamericana.

Primeras exposiciones americanas (1954)

Al poco de instalarse en Nueva York, Guerrero se presentó, con una carta de recomendación de Karl Buchholz (su galerista en Madrid), en la galería del influyente Kurt Valentin, quien lo dirigió a Betty Parsons, una de las más importantes marchantes de la recién cuajada Escuela de Nueva York. Por medio de ella conoció a varios de los pintores más destacados del momento, con algunos de los cuales le acabó uniendo una especial amistad (Steinberg, Rothko y Lindner primero, luego Motherwell, después Kline). Aprendió las técnicas del grabado con Stanley William Hayter en el prestigioso Atelier 17. Conoció también a la familia García Lorca y a otros intelectuales españoles en el exilio. Y trabó amistad además con James Johnson Sweeney (director del Solomon R. Gugghenheim Museum), que se mostró muy interesado por sus trabajos murales.

Guerrero y Betty Parsons en su primera exposición en la Betty Parsons Gallery, 1954.

Precisamente por intermedio de este último, la señora Shaw le ofreció a José una exposición en el Arts Club de Chicago, conjuntamente con Joan Miró. La compra por parte del Guggenheim de uno de sus murales portátiles, y la posterior exposición en Chicago junto a Miró, decantaron finalmente el interés de Betty Parsons por él. De modo que, persuadida de sus posibilidades, celebró la primera individual de Guerrero en Estados Unidos, y lo fichó como uno de sus representados. Guerrero había encontrado, por fin, su lugar en el mundo del arte.

Beca en Chicago, psicoanálisis (1958)

José Guerrero señaló en distintas circunstancias que le parecía como si el destino le deparara las cosas por partida doble, con una inevitable ambivalencia. Ya hemos visto cómo esa sensación era aplicable, por ejemplo, al año 1935. Pero especialmente tenía en mientes 1958 cuando lo decía. En efecto, como culminación del encumbramiento social que estaba viviendo, como sanción a un reconocimiento artístico suficientemente consolidado ya, la Graham Foundation le concedió una prestigiosa beca para trabajar en un proyecto conjunto de arquitectos, pintores y filósofos «para ver cómo podría remodelarse la ciudad de Chicago» (otros becarios fueron Wifredo Lam, Chillida o Mies van der Rohe). Pero el mismo día en que le notificaron su concesión se enteró de la muerte de su amigo Carlos Pascual de Lara. En Chicago le esperaban, junto a las atenciones propias de un programa de tanta repercusión, unas jornadas maratonianas en las que aguantó el tipo cuanto pudo, por más que al final su estado de ánimo se resintió.

Guerrero, Nueva York, 1958.

Cuando, al cabo de tantos años, José estaba empezando a disfrutar de una posición que le había costado mucho conquistar, su vida interior se colapsó y se vio abocado a un psicoanálisis. Lo que desencadenó la crisis fue el estrés que le sobrevino en Chicago. Allí mismo le aconsejaron psicoanalizarse. Guerrero se puso en las manos del doctor Richter (Quinta Avenida con la 96), que prolongó el tratamiento durante cuatro años. Poco se ha dicho de su psicoanálisis, cuando es algo que merecería estudiarse. Pero lo cierto es que, aparte de superar la angustia y alcanzar un mayor bienestar personal, ganó una gran capacidad de análisis que, en lo sucesivo, aplicó al juicio de su propia obra, lo que le permitió desarrollar con gran lucidez su sentimiento plástico.

Vuelta a España (1963)

Acabado el psicoanálisis hizo un viaje a España a solas para evaluar íntimamente sus resultados. Y de resultas del mismo, en Madrid comprometió su presencia en una nueva galería que iba a abrir Juana Mordó. Después volvió a América. Era 1963, y la fecha marcó el inicio de una serie de cuadros con títulos españoles: Generalife, Calvario, Alpujarra, Sacromonte, etc.

El año siguiente, después de una exposición colectiva en la que también figuraba, la galería Juana Mordó presentó su primera exposición individual, y lo hizo con José Guerrero. En 1965 este regresó a Madrid con su familia, donde vivieron tres años en el número 50 del paseo de la Habana.

Eduardo, Rafael y José Guerrero en Pinos Puente, Granada, 1966.

Cuenca, Nerja (1965)

La estancia en España desde 1965 la aprovecharon los Guerrero para adquirir una casa en Cuenca, que entonces era uno de los enclaves más punteros del arte contemporáneo. Fue, como ocurrió con otros tantos compañeros de generación, gracias a la gestión de Gustavo Torner. El Museo de Arte Abstracto Español estaba en ciernes, y el grupo de Cuenca quería concentrar en la ciudad la parte más viva de ese arte, a su vez el más vivo del momento. Allí, José trabó amistad, además de con Torner, con Fernando Zóbel, Gerardo Rueda y Manolo Millares, y se reencontró con Eusebio Sempere. Asistió a la inauguración del Museo, en cuya colección figuraban entonces sus obras Barrera con rojo y ocre y Rojo sombrío. Y en 1967 Juana Mordó editó su carpeta Seis litografías, con un texto que Jorge Guillén escribió a instancias de su amigo pintor.

La familia Guerrero con Zóbel, Rueda y Torner, entre otros, en el estudio de Torner en Cuenca, 1966.

Durante la estancia española de mediados de los sesenta los Guerrero adquirieron una casa en Nerja. En el verano de 1965 hicieron un viaje por Andalucía en el que, entre otras cosas, visitaron el barranco de Víznar (donde José hizo numerosos apuntes figurativos que culminarían en un cuadro de capital importancia en su trayectoria: La Brecha de Víznar, y Roxane perfiló un reportaje para Life con motivo del trigésimo aniversario de la muerte de García Lorca, que se publicó el 29 de agosto de 1966, profusamente ilustrado con fotografías de David Lees, bajo el título «La España que nutrió a García Lorca»).

Fue precisamente la proximidad de viejos amigos como los García Lorca o los Giner de los Ríos, que tenían casa en Nerja, lo que decidió a los Guerrero a comprar el cortijo de San José, en el camino de Nerja a Frigiliana. Cortijo, pues, cercano a Granada, donde veranearían, alternando con Cuenca, a partir de entonces. La familia Guerrero volvió a Nueva York, aunque seguiría volviendo a España todos los veranos.

Primera antológica (1976)

En 1976, año de la muerte de su madre, José alquiló un estudio en Madrid, en la calle Serrano, 93 (el mismo que había usado Carmen Laffón). Y ese mismo año, en Granada, se celebró su primera exposición antológica. Tuvo lugar conjuntamente en las salas del Banco de Granada y de la Fundación Rodríguez Acosta. Constaba de cincuenta y cuatro lienzos, incluyendo algunos de los pintados a principios de los años cuarenta; la selección corrió a cargo de Miguel Ángel Revilla y Miguel Rodríguez-Acosta y en el catálogo se incluía un texto de un viejo amigo suyo: Miguel Olmedo. La primera reseña de la antológica apareció en el diario Patria, firmada por Juan Bustos. Y tras ella verían la luz una serie importante de artículos consagrados a ella de José María Moreno Galván, Miguel Logroño, A. M. Campoy, José Ladrón de Guevara, Santiago Amón, Mateo M. Revilla Uceda y José Marín-Medina, además de una entrevista que hicieron al pintor Justo Navarro y José Carlos Rosales.

Guerrero con Juana Mordó en su primera exposición antológica en la Fundación Rodríguez-Acosta y la galería del Banco de Granada, 1976.

Ese mismo año, coincidiendo con su continuada presencia granadina a causa de su primera antológica, José asistió al Homenaje a Federico García Lorca en Fuente Vaqueros. RTVE le dedicó un programa monográfico, dirigido por Paloma Chamorro. Y comenzó lo que se ha denominado una segunda juventud de José Guerrero. En efecto, a partir de estas fechas, y durante los ochenta, ejercería un magisterio del que los nuevos artistas se beneficiaron gustosamente, y la presencia social de su figura en los años del entusiasmo de la democracia española no dejaría de crecer.

Guerrero en su exposición en la Sala de las Alhajas, 1980.

Sala de las Alhajas (1980)

La exposición inaugurada el 15 de diciembre de 1980 en la sala conocida como «de las Alhajas» de Madrid (producida por el Ministerio de Cultura y la Caja de Ahorros de Madrid y comisariada por Juan Manuel Bonet) supuso el espaldarazo definitivo para la consagración de Guerrero como uno de los referentes capitales de la pintura española contemporánea. Fue su muestra históricamente más influyente, y contó para acompañarla con el diseño de Diego Lara (que se hizo cargo del catálogo), la presentación de Marcelin Pleynet (uno de los críticos internacionales más relevantes del momento) y la conversación de Pancho Ortuño, una conversación emblemática en la que Guerrero transmitía el testimonio de su experiencia, con amena espontaneidad, a un miembro destacado de la joven generación de pintores que siempre supo valorar su ejemplo.

En los ochenta (1984)

1984 fue un año de mucha actividad para Guerrero: participó en la carpeta conmemorativa del V Centenario del nacimiento de Bartolomé de las Casas y realizó la suite New York-Madrid (nueve grabados al aguafuerte y al aguatinta editados por Estiarte y cuatro serigrafías para Bon à Tirer), apoyó con sus trabajos varias publicaciones, realizó el cartel del cincuentenario del estreno de Yerma en el Teatro Español de Madrid, impartió un Taller de Arte Actual en el Círculo de Bellas Artes y una conferencia en el seminario El Arte visto por los Artistas, organizado por Francisco Calvo Serraller en el Palacio de la Magdalena de Santander, y le fue concedida la medalla de Oro de Bellas Artes.

En medio de todo ese aluvión de actividades, José Guerrero, que acababa de pasar por la amarga experiencia de una dura operación de colon, solo protagonizó una exposición individual entre el estand de Buades en ARCO y el de Juana Mordó en FIAC: la de la galería Palace. Y fue en el marco de su preparación cuando viajó a Granada durante el Corpus y cuando se reunió con el grupo de jóvenes granadinos que ya entonces le admiraban para charlar de su vida. Un poco antes, en mayo, Pilar Rubio había publicado una entrevista con Guerrero en la revista Lápiz, y un poco después, en julio, la revista Buades daba a la prensa una conversación que José mantuvo con otro colega pintor: Carlos Alcolea.

Guerrero en la Galería Juana Mordó, 1986

En lo abierto (1991)

En noviembre viaja a Nueva York, desde donde se desplaza hasta Barcelona, a casa de su hija Lisa. Allí fallece el 23 de diciembre. Por su expresa voluntad, y por pura lógica, los suyos echaron sus cenizas bajo un olivo andaluz, en lo abierto. En los días posteriores al fallecimiento de Guerrero, Francisco Rivas, en un obituario que tituló gráficamente «Camisa rosa y corbata azul» retrataba al artista con cuatro trazos de carácter: «poseía una mirada franca, una sonrisa cómplice, un guiño pícaro y una vitalidad desbordante, contagiosa». Y concluía el párrafo con una afirmación sobre su valía intelectual: «Su discurso era muy simple, pero tremendamente efectivo y estimulante, como su propia pintura».

Guerrero contemplando su obra recién concluida en la grabación del programa Trazos de TVE, 1977.

Vista de la fachada del Centro José Guerrero.

Inauguración del Centro José Guerrero (2000)

En 1988, la Comisión de Artes Plásticas de la Diputación de Granada comunicó a José Guerrero su interés en mostrar de forma permanente en Granada una parte de su colección personal. Pronto se manifestó el mutuo interés de las partes en poner en marcha el proyecto, que la enfermedad del pintor no permitió concretar entonces. La Diputación continuó, no obstante, interesándose por acrecentar la presencia de José Guerrero en la provincia de Granada, fruto de lo cual fueron su muestra antológica en el Palacio de los Condes de Gabia y la adquisición de dos obras suyas: Súplica y La Brecha de Víznar III. Tras la muerte del artista en diciembre de 1991 la familia Guerrero aceptó la oferta de la institución, y a partir de 1992 el Área de Cultura de la Diputación de Granada comenzó a trabajar en firme en el proyecto, que quedó oficialmente reconocido cuando en mayo de 1993 la Diputación aceptó a su vez el ofrecimiento de obra por parte de los herederos del pintor, dotado de gran valor patrimonial.

Entretanto se definió como sede del Centro José Guerrero el edificio Patria, que había de rehabilitarse para la ocasión con una subvención del Ministerio de Educación. En 1995 se encargó el proyecto de adecuación al arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas bajo la supervisión de Gustavo Torner, y el proyecto museológico a Yolanda Romero Gómez. Una comisión de expertos integrada por Juan Manuel Bonet, María de Corral, José María Rueda, Eduardo Quesada y Yolanda Romero, en colaboración con los herederos, procedió a la selección del fondo José Guerrero, compuesto por cuarenta óleos sobre lienzo de gran formato que abarcan las diversas etapas de su trayectoria. Además, cuenta con diversos trabajos sobre papel y el archivo personal del artista, integrado por su correspondencia, escritos personales y material diverso publicado e inédito. Inicialmente este legado tomó la forma de un depósito temporal por diez años, una vez concluido el cual, ambas partes han resuelto el mantenimiento de los objetivos, funcionamiento y línea de trabajo del Centro José Guerrero con la firma de un nuevo contrato de comodato en 2015.